Esta segunda parte de la crónica es mucho más amarga y no tiene (de momento) un final feliz, por eso me ha costado tanto escribirla. Para siempre quedará en mi recuerdo la noche del 30 de abril al 1º de mayo de 2018, en lo que pudo ser el reencuentro definitivo, y no fue.
El taxi llegó a casa cerca de las 23 horas. Carolina estaba agotada y se durmió casi enseguida, abrazándome. Necesitaba sentirse segura y protegida, y yo estaba encantado de por fin brindarle exactamente eso, seguridad y protección. Nos dirigimos a la frontera con Kazajistán, concretamente a la localidad de Azhkol, no sin antes valorar la posibilidad de dormir en alguna pensión e intentarlo por la mañana, por si necesitáramos alguna ayuda de la Embajada. Pero finalmente, ante el peligro que pudiera existir alguna alerta de la desaparición de Carolina, decidí jugármela.
Al pasar por el puesto de control, yo era consciente que me podían exigir un “visado de salida”. Ese requerimiento, habitual en ex-repúblicas soviéticas, es únicamente para controlar cuanto tiempo ha estado alguien en el país. Yo no lo necesitaba, ya que tenía el sello de entrada, pero Carolina tenía un pasaporte nuevo, expedido por la Embajada, y lógicamente no constaba una fecha de entrada al país.
Me hicieron pasar a un despacho y me dijeron -en el poco inglés que podían balbucear y en el poco ruso que yo podía comprender- que tenía que volver a Bishkek a por el visado. Eso, en un primer momento. Yo intenté hacerles ver que yo era español, mi hija española, que había perdido el pasaporte y que teníamos que pasar urgente a Kazajistán porque nos estaban esperando las autoridades españolas. E incluso preguntarles si la falta del visado de salida podía resolverse pagando alguna multa en frontera. Me llegaron a decir que, si Carolina había estado más de 60 días en el país, entonces sí era necesario pagar una multa. Pero no me dejaban pagarla allí, me obligaban a regresar a Bishkek.
Visto que no era posible salir, ya estaba dispuesto a regresar a la capital e intentarlo de otra manera o en otro momento. Pero las cosas comenzaron a complicarse. Me preguntaron en qué fecha había entrado Carolina. La primera respuesta que di, sin afirmar ni tampoco negar que ella había entrado conmigo, fue la de enseñar mis papeles legales demostrándoles que yo era el único que tenía derecho a viajar con mi hija. Patria potestad y custodia en exclusiva, e incluso un documento notarial expedido por una Notaría de Kirguistán en el que yo era el único autorizado.
Los agentes de fronteras comprobaron que el 10 de marzo de 2018, fecha en que yo llegué a Kirguistán, Carolina no había entrado conmigo. Me preguntaron que cuándo. Entonces ya no tuve más remedio que sacar más papeles y enseñar la Orden de Detención Internacional de mi ex y explicarles la historia. Que Carolina había sido secuestrada hacía año y medio atrás por su madre, y, tal como yo le había prometido a Caro, no queríamos que detuvieran a su madre. Sólo queríamos salir y regresar a España.
Cual fue mi sorpresa cuando yo, con todos los papeles legales, con todos los derechos sobre mi hija y una Orden de Detención sobre mi ex pendiente de ejecutar, pasé a ser automáticamente “el malo de la película”. Los agentes se acercaron a Carolina, quien hasta ese momento se había portado genial guardando silencio y siguiendo mis instrucciones de no hablar ruso, y la comenzaron a presionar. Al cabo de unos minutos, ella se derrumbó y lo contó todo. Bueno, no todo, sino lo ocurrido exclusivamente en ese día. No que había sido secuestrada hacía año y medio.
Nos separaron en despachos diferentes y llamaron a la policía para que nos llevaran de vuelta a Bishkek. También llamaron a su madre, que se presentó en la misma sede del Ministerio del Interior que casualmente tiene en su poder la Orden de Detención Internacional que no ejecuta.
Estuve cerca de 7 horas encerrado en un despacho, primero ignorado, luego intimidado -cada tanto aparecía un policía diferente que me amenazaba con llevarme a prisión- y finalmente interrogado. Llegué a ver a la muerte de cerca dos veces, la primera vez cuando un policía se puso a “jugar” con su pistola, vaciando y rellenando el cargador con balas delante de mí; la segunda cuando entre cuatro me sacaron a los empujones y me llevaron a un descampado mientras se reían. Cuando creí que llegaba el fin… simplemente me habían llevado allí para que hiciera mis necesidades.
Me tomaron declaración con la ayuda de una traductora que yo mismo tuve que pagar, sin la posibilidad de la asistencia de un abogado ni de la Embajada española. Con todavía el miedo en el cuerpo, intenté quitar hierro al asunto “haciéndome amigo” de los policías que me preguntaban si yo estaba enfadado/ofendido con ellos. Mi respuesta fue “sólo estáis haciendo vuestro trabajo”, en este caso, claro. En el caso de detener a mi ex, obviamente no.
Acabado el interrogatorio, me metieron en un coche y sin ninguna posibilidad de elección, me llevaron hasta el mismo puesto fronterizo en el que había estado unas horas antes -pero esta vez sin Caro- y me obligaron a marcharme del país, no sin antes advertirme que “Como vuelvas a Kirguistán, serás detenido inmediatamente”.
Ahora la lucha por Carolina ha dado un giro especialmente complicado ya que aún no tengo claro cuales son los pasos a seguir. Supongo que necesito recuperarme del shock que ha significado poder ver a mi hija -y sobre todo, que ella pudiese verme a mí- después de más de dos años. Tengo claro una cosa, y es que nunca jamás voy a abandonar esta lucha mientras esté vivo. Seguiré luchando porque Carolina tenga padre y madre, que pueda ver tanto a uno como a otro. Yo nunca le prohibiré la comunicación con su madre, quien a pesar de todo lo que ha hecho, no le odio ni le guardo rencor. Quiero que Caro pueda hablar y estar con ella, ya que al fin y al cabo es su madre. Pero también quiero que pueda hablar y estar conmigo. Por eso seguiré luchando.
Sad.