“Cuando tenía 10 años, alguien me secuestró de la calle frente a mi casa, me llevó a la otra punta del país, me dio un nuevo nombre, hizo que mintiera sobre quién era y de dónde era y me dijo que nunca volvería a mi antigua vida ni vería al resto de mi familia. La parte más extraña de mi historia es que en el momento no me daba cuenta de que estaba siendo secuestrada. Muchísimas personas a mi alrededor respondieron al secuestro pensando que no había nada de malo: pensando de hecho que la persona que me secuestró y me escondió durante 2 años tenía derecho a hacerlo… porque esa persona era mi propia madre.”
Así empieza el relato de Liss, secuestrada cuando era una niña. El relato anterior solo es un ejemplo de algo muy real para demasiados niños y familias de todo el mundo. Lamentablemente, muchas personas tienen la misma respuesta que la niña del relato: no se dan cuenta de que el secuestro parental es un delito. Pueden ser reacios a intervenir porque creen que es una disputa familiar privada, no un asunto penal. Sin embargo, hay tres características que diferencian al secuestro familiar de una típica batalla de custodia entre padres: ocultamiento, intención de evitar el contacto y huida. En muchas casos de interferencia a la custodia, uno de los padres puede dificultar que el otro tenga acceso al hijo, pero en casos de secuestro parental, se oculta al niño y generalmente se lo obliga a vivir una vida manipulada artificialmente (aunque a veces sin siquiera saberlo). Aun en su forma más leve, el secuestro parental aísla al niño con un cuidador afligido que puede descuidarlo en cuanto a los cuidados, la alimentación y la atención psicológica. Al igual que en otras formas de secuestro, el niño pasa a ser un niño desaparecido.
“Cuando le digo a alguien que fui secuestrado cuando era niño, el terror y la preocupación invaden su rostro. Sin embargo, cuando les digo que mi padre fue el secuestrador, escucho un suspiro de alivio inmediatamente. Pero, en cualquier secuestro, aunque sea perpetrado por uno de los padres, no solo se aleja al niño de su otro padre, sino que se lo aleja de toda su vida. Se supone que los padres deben proteger tus intereses, cuidarte y ayudarte a crecer. Se supone que los padres deben enseñarte, criarte y priorizar tu seguridad. No es tarea fácil poner los intereses ajenos por sobre los propios, pero esa es la labor de los padres. Pero, cuando los padres secuestran a su hijo o hija, pierden su derecho como madre o padre de ese niño. Dejan de tratar a su hijo como persona y lo empiezan a tratar como una propiedad. Mi padre perdió ese derecho cuando me secuestró no solo de mi madre, sino de mi vida en su totalidad.”
“…ya no podía usar mi nombre real. Tenía una nueva vida y una nueva vida pasada que estaba llena de mentiras insólitas hasta ese entonces. Lo único que podía controlar eran las mentiras que podía decir. No tenía permitido hablar de mi pasado. Eso incluía a mi madre, que tenía que decir que estaba muerta. Sam y su realidad ya no existían. Ahora era Ben y su realidad.”
Y este es el parte del testimonio de Sam, que fue obligado a llamarse Ben y a borrar de un plumazo toda su vida anterior. Son tan sólo un par de ejemplos -hay muchos más- que figuran en la publicación “El delito del secuestro familiar“, publicación del Departamento de Justicia de los EE.UU.
Dado que el ocultamiento es más fácil en el secuestro familiar que en el secuestro por parte de un extraño (es natural y esperable ver a un niño con su padre o con su madre), los casos de secuestro parental a menudo se miden en meses y años en vez de en días o semanas. La “identidad del secuestro” puede pasar a ser con el tiempo la identidad primaria del niño. Los lazos que el niño forma y las experiencias que tiene bajo esa nueva identidad pueden pasar a ser más fuertes y significativos que los de la vida “dejada atrás”. Y, a medida que el secuestro continúa, la información que el niño ha recibido para explicar la ausencia de los familiares desaparecidos se arraiga en su mente. Las acciones del secuestrador pueden tener graves implicaciones emocionales, de desarrollo y psicológicas para el niño.
“Me he enterado que en el momento de mi secuestro, amigos y familiares se separaron en dos bandos. Hubo quienes pensaron “pobre Herb, ¡qué terrible que Venetia le haya quitado a su hija de esa manera!”. Y hubo otros que pensaron, “pobre Venetia, ese irrazonable de Herb le hizo la vida tan miserable que está bien que se haya alejado de él”. En ningún momento nadie dijo “¡Dios mío, acaban de secuestrar a su hija!”. Directamente no se usaron palabras como “secuestro” y “niño desaparecido”: la situación fue minimizada, normalizada, distorsionada— incluso por mi propia familia—hasta tratarla como una batalla entre mis padres…”
Y así continúa el relato de Liss, que, como protagonista involuntaria de un secuestro parental, tiene una visión de primera mano de la poca preocupación con la que las autoridades asumen el secuestro parental. “Por algo lo habrá hecho…” he tenido que escuchar algunas veces cuando cuento mi historia, como justificando la actuación de mi ex-mujer. Después se llenan la boca hablando de la protección y el bienestar del menor, pero no se tienen en cuenta las graves secuelas psicológicas que deja un secuestro parental en un menor.
Yo sigo buscando a Carolina. Cada día, sin descanso, voy detrás de policías, funcionarios, abogados, fiscales y jueces insistiendo en la necesidad de que el secuestro parental de mi hija se resuelva lo antes posible para poder minimizar el impacto psicológico que dejará en su vida, pese a que soy consciente de que nunca volverá a ser la misma. También soy consciente de que en esta lucha estoy prácticamente solo: los medios de comunicación, al igual que las autoridades, también son de la opinión de que es una disputa familiar y lo ignoran sistemáticamente, o aún peor, lo frivolizan dando a entender que es una cuestión de dinero.
Conozco al menos cuatro casos similares (y recalco “similares” porque no existen dos casos iguales) al mío que después de varios años siguen sin resolverse: el de Alberto Encinas, mallorquín con su hija secuestrada en Polonia (la noticia es de agosto del 2014, cuando todavía el programa “Espejo Público” de Antena 3 daba cobertura a los secuestros parentales, hoy en día, cuando llamas, te dicen que no les interesa), los de Heber Serrano y Rafael Reyes, y el de Edgardo Milessi. En todos los casos, los padres han perdido el contacto con sus hijos de forma total y absoluta, y el interés de la madre no es económico, sino borrar al padre de la vida del hijo.
Muy significativa es la entrevista que hizo la cadena COPE a Alberto Encinas hace un año, en que se siente desamparado por las autoridades; en su caso, él dejó marchar libremente a su ex-mujer con su hija de vacaciones, confiando en que la ley y el sistema solucionarían el caso si se concretaba el secuestro parental. Cinco años después, ha comprobado que el sistema está muy lejos de funcionar: el Convenio de la Haya de 1980 sobre los Aspectos Civiles de la Sustracción Internacional de Menores es papel mojado ya que en muchos casos ni se cumple ni España hace nada para exigir su cumplimiento. Preocupante, muy preocupante, que el secuestro parental sea tolerado como un problema familiar y no como lo que es: un delito.