El 30 de abril de 2018, apróximadamente a las 17 hs. (hora de Kirguistán), padre e hija se reencontraron. No fue el encuentro soñado y deseado por ambos, después de más de dos años sin verse. Fue un encuentro forzado por las circunstancias y, evidentemente, cargado de mucha tensión.
Carolina se asustó, lógicamente. Asustada de que otra vez volvía a revivir una situación de tensión que ya había padecido entre enero y junio de 2016, cuando Elmira decidió, unilateralmente y desobedeciendo a jueces y policías, evitar que pudiera reunirse con su padre. En ese sentido, Carolina y yo tenemos el mismo carácter. No soportamos las discusiones, los momentos tensos, tendemos a ceder para evitar los conflictos…
Pero es que no había otra forma de hacerlo. Llevaba ya más de seis semanas en Kirguistán intentando que las autoridades locales me ayudaran a hacer efectiva la ejecución de la sentencia, y lo máximo que había conseguido era una posible reunión a tres bandas, con mi ex-mujer y Carolina, en donde “se le preguntaría a Carolina dónde y con quién se quiere quedar”. Es decir, después de más de dos años sin verme, tenía que tomar una decisión en cinco minutos sobre su futuro, cuando muy probablemente esté padeciendo el Síndrome de Estocolmo.
Tampoco me ayudaba mi propio país: la desidia del Titular del Juzgado nº 2 de Blanes -seis meses para dictar una Orden de Detención Internacional, incapacidad para hallar el domicilio de mi hija a pesar de haber decretado el secreto de sumario, más de dos meses sin emitir la requisitoria de auxilio judicial- me enfrentaba a un callejón sin salida. Estaba claro que nadie más iba a ayudarme a resolver esta situación.
Fuimos a casa. Bueno, a la casa que yo había alquilado allí. Carolina estaba llorando y muy nerviosa, principalmente porque le había contado la verdad: que sobre su madre había una Orden de Detención Internacional, y que, en caso de ser detenida por la policía, yo estaba allí para hacerme cargo de ella. Ella me dijo que no quería que detuvieran a su madre. Sinceramente, yo tampoco. Pero es que después de haber hecho las cosas tan mal durante tanto tiempo, tienes que pagar tus errores y rendir cuentas con la justicia. Mi objetivo era -y sigue siendo- volver a España y resolver el asunto bajo jurisdicción española.
Tras una hora de mucha tensión, Carolina comenzó a mirar los dibujos que le habían hecho sus compañeros de clase pidiéndole que volviera a casa. A mirar sus fotos de lo bien que se lo pasaba cuando vivía en España y lo feliz que era. Leyó la carta que le escribí el 19 de marzo de 2017 “Un día del padre sin ti”.
Entonces me abrazó. Habiendo bajado ya su nivel de preocupación. Su padre estaba allí para protegerla. Para solucionar las cosas. Para que ella volviera a tener padre y madre. Los dos. Porque yo nunca jamás, bajo ningún concepto, le prohibiré a Carolina comunicarse con su madre.
Cenamos juntos. Le preparé una tortilla de patatas, pero ni ella ni yo estábamos con hambre después de todo lo que habíamos vivido. Durante la cena, me contó todo lo que había aprendido en estos dos años: como le iba en el tenis, en la escuela, sus amigos, sus mascotas, su vida en Bishkek… Me enseñó un canal de YouTube con 450 seguidores en donde ella hacía cosas impresionantes -ediciones de vídeo, de canciones- ¡Orgullosísimo de mi hija! (lamentablemente, el contenido del canal ya ha sido borrado, probablemente por orden de su madre).
Alrededor de las 23 hs. decidimos salir en un taxi hacia la frontera con Kazajistán. Ella ya estaba muchísimo más tranquila y dispuesta a marcharse conmigo de regreso a España. Como muy buena chica, responsable e inteligente, obedeció mis instrucciones sin rechistar. Estábamos haciendo lo mejor para todos.